Las Rías me invitó a su 50 aniversario y tuve la dicha de compartir el festejo con su Consejo, con sus socios, con agentes comerciales, con directivos de otras cooperativas y con las mejores marcas que la proveen, en un Vigo primaveral al que se asomó un sol intermitente y esquivo.
El acto central se celebró en el Teatro García Barbón; con una escenografía un tanto atípica en el que el Consejo se sentó en el escenario enfrentado a los invitados. Desde el púlpito y con el séquito a sus espaldas, Ramón Aguilar -que lleva un cuarto de siglo al frente de la Cooperativa- revivió con emoción los inicios de Las Rías en el último año de la Dictadura. También recordó con nostalgia a la malograda Ancofe que vio la luz el 23 de febrero de 1981 y entregó una placa conmemorativa a los socios que están desde el comienzo: Establecimientos Aguilar, Romeu Infante, y Suministros Vila.
El motivador Emilio Duró se encargó de mantener despierta a la audiencia con sus conocidos latigazos verbales y una charla cada vez más críptica y cercana a los planteamientos rancios del Tea Party. Debo rendirme, sin embargo, a una de sus frases. La que nos recuerda el tiempo de vida que pierden los abuelos cuando dejan de ver a sus nietos que andan embarcados en proyectos lejanos para convertirse en los mejores profesionales del mañana. Cosas de la globalización.
Historias Ferreteras
Lo mejor de estas celebraciones es encontrarte con amigos que confundes con clientes o clientes que, cada vez, son más amigos. Las anécdotas te las encuentras sin tener que buscarlas.
Esta vez la historia estaba sentada en la parte de atrás del autobús que nos llevaba del Teatro al Pazo donde se celebraría la cena.
Un ferretero/propietario contaba como, a la luz de las cámaras de seguridad y en un momento elegido por la cantidad de gente que deambulaba por la tienda, llegó un ofendido deudor con una caja repleta de atomizados euros con los que saldar una pella. Al individuo/cliente le sentó mal que días antes le cortaran el crédito por un antiguo impago. El dueño del negocio templó gaitas, mientras su contable, mujer de armas tomar que se arrellanaba en la butaca próxima, era más partidaria de enfrentar al botarate.
¡Qué tiempos estos en los que el desdoro recae en el acreedor y los deudores tienen una piel tan fina! De la cena en el Pazo sólo salivé por el pulpo; unos días antes tuve ocasión de realizar un verdadero descubrimiento gastronómico de la mano de Juan Carlos Albín de Irega: Aboiz, en Garay, uno de esos caseríos/restaurantes del País Vasco que dejan huella.