Quizás por la omnipresencia de la política en nuestro día a día, el sector ferretero le ha cogido el gusto al ‘noble arte’ de hablar sin decir nada. A instalarse en esa cómoda atalaya de explicar lo justo, sin apenas profundidad, con una actitud fóbica a dar más detalles de los estrictamente necesarios. Los ejemplos son casi inagotables.
Es un mal de nuestro tiempo muy relacionado con la opacidad, con el temor a ofrecer datos y con descubrirse demasiado. La transparencia mediática asusta porque te expone.
Por eso hay quienes prefieren protegerse en una nota de prensa que reproduce lo que ya se sabe, sin aportar nada más; que optan por restringir el acceso libre a la prensa; que no admiten preguntas; que enredan el lenguaje hasta hacerlo críptico…
Este escenario plantea una noticia buena -para el periodista- y una mala -para las empresas que practican la ‘ley del silencio’-.
A los periodistas nos sitúa ante un estimulante desafío de preguntar y de indagar hasta descubrir lo que no se cuenta, algo que apela a la propia naturaleza de la profesión.
La mala noticia es que no existe un camino más corto para minimizar una idea o proyecto empresarial que el de reducirlo a una nota de prensa vacía de contenido -con la pretensión de que los medios la repliquen- o de resumirlo en un puñado de frases con tintes de coach motivacional.
En otras palabras: la única vía para darle peso y entidad a un proyecto, que se perciba como grande, consiste en dar detalles, incidir en el qué, cómo y por qué, responder a lo que no queda claro, admitir opiniones a favor y en contra.
Esta última postura, sin embargo, es cada vez menos frecuente. El silencio se impone y se contagia. La forma más cómoda de no exponerse, sí, pero también la pista rápida hacia la irrelevancia.
