Antonio Díaz salió un día de Valencia rumbo a las poblaciones más golpeadas por la DANA sin saber muy bien qué iba a encontrar. Menos de 7 kilómetros después, lo supo. Unas horas más tarde, este cerrajero valenciano encabezaba una comitiva de unas nueve personas, entre amigos y bomberos, con el objetivo de despejar el acceso a negocios o viviendas destrozadas y garantizarles a sus propietarios un cierre seguro.
Acabaron peinando toda la ‘zona cero’. Lo que empezó como un día se convirtieron en seis.
La suya es una de esas historias solidarias que no acaparan focos ni entienden de horarios. En las que el esfuerzo no se negocia. “Llegabas a las 8 de la mañana y no salías de allí hasta las 9 de la noche“, explica Antonio a C de Comunicación.
A cada paso, una persona necesitaba acceder a su negocio o a su vivienda. Para limpiar o al menos para entender la magnitud del desastre. Tan solo en una calle podían acumularse hasta una decena de peticiones. Historias replicadas en Alfafar, Paiporta, Aldaia, Betúser, Masanasa, Catarroja y en toda la franja de localidades al margen del río Turia arrasadas por las riadas.
“La gente intentaban entrar con palos, patas de cabra, macetas. A toda esa gente que veía de camino les dije que les iba a ayudar para que pudieran entrar y cerrar con seguridad, también para evitar robos”, relata Antonio Díaz, de ADM Cerrajeros.
Con la indumentaria, las botas y las palas de trabajo cubiertas de lodo, Antonio Díaz ha pasado estos últimos días de sol a sol guiando al grupo -incluso los propios bomberos- en las tareas de apertura de negocios o viviendas y el aseguramiento de las entradas.
“Les ayudábamos a subir persianas y las dejábamos habilitadas para que pudieran acceder. Cuando no se podía, intentábamos enderazar, acceder por otra entrada o les indicábamos cómo tenían que trabar las puertas con puntales, etc”.
Después de recorrer incansable la línea de poblaciones convertidas en zonas de guerra -más como descripción que como metáfora, según los testimonios sobre el terreno-, Antonio Díaz regresa a casa y comienza otra tarea tanto o más complicada: la de lidiar con la presión psicológica que supone enfrentarse a una panorama así.
“Me impactó cómo estaba la gente, pero también el destrozo que había ocasionado la DANA. No estamos preparados para soportar esto“, explica Antonio, quien estos días trata de desconectar de lo ocurrido. Solo el hecho de poder hacerlo es ya un privilegio.
Desconectar del trágico suceso y de algunas derivadas que a él, como cerrajero, le afectan especialmente como son los robos de gente que quiere aprovecharse del desastre. “Es vergonzoso. No tiene perdón”, se lamenta. Su labor, también, se dirige a esto: asegurar negocios para que los delincuentes no se hagan con lo poco que queda.
Un pequeño oasis de alivio pero con la conciencia de todo el camino que aún queda por hacer para reconstruir lo que el agua se llevó. “Nos están reclamando persianas y yo estoy dando listas de esperas para un mes. No hay material suficiente para cambiar una persiana entera. La faena que se nos está acumulando es brutal”, concluye Antonio.