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El renacer navarro de Synergas

Por Iván del Dedo MartínResponsable de contenidos del área de Suministros Industriales

El encuentro entre Synergas y AFEB celebrado el pasado jueves en Pamplona dejó una sensación clara: la cooperativa ha encontrado, al fin, un rumbo. Desde la llegada de Íñigo Pérez, Synergas respira otro aire. Se percibe una estabilidad que durante años parecía imposible, un tono más sereno, una hoja de ruta más definida. Y, sobre todo, una promesa de futuro.

Prometer estabilidad no es sencillo, menos aún cuando se viene de una etapa de incertidumbre, salidas y reestructuraciones. Pero hay que reconocerle a Íñigo algo que no todos se atreven a hacer: mirar de frente al pasado, asumir los errores y prometer un futuro distinto. Puede que algunos no pongan la mano en el fuego —y no sin motivo—, pero el camino recorrido desde que tomó el volante de la cooperativa le da crédito.

Pamplona sirvió además para escenificar un cambio simbólico. Como dijo Rodrigo Martínez, Synergas ya no es una cooperativa guipuzcoana, sino una cooperativa navarra. Un matiz que parece menor, pero que refleja una nueva identidad: más sólida, más pegada al terreno, más consciente de quién es y hacia dónde quiere ir.

También hubo espacio para hablar de alianzas. La cooperación con Aside es, sin duda, uno de los movimientos más inteligentes de esta nueva etapa, desde mi punto de vista, claro está. A estabilidad, difícilmente se puede superar a Aside, y si Synergas ha de inspirarse en alguien, ha encontrado un espejo en el que mirarse. No se trata de copiar, sino de aprender.

Entre los fabricantes, eso sí, sobrevolaba una idea compartida: todo sonó muy bien, pero ahora hay que ponerlo en práctica. Y ahí está el verdadero reto. Las palabras inspiran, los hechos consolidan.

Por ahora, Synergas parece tener lo más importante: una dirección, un propósito y un tono de estabilidad que empieza a contagiarse. Si consigue que esa promesa se convierta en realidad, podrá volver a ser lo que un día fue: una cooperativa que une en lugar de dividir.

Hoy recomiendo La arquitectura del mal, de José Manuel Vega y de la editorial Plaza & Janes. Un libro que invita a mirar de frente los mecanismos del poder, la ambición y la fragilidad humana. A través de una historia tan incómoda como necesaria, Vega muestra cómo las estructuras —ya sean políticas, empresariales o personales— pueden tambalearse cuando se pierde el sentido común y la ética que las sostiene. Una lectura oportuna para tiempos en los que la estabilidad, más que un destino, es una forma de resistencia.

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