Algo más del 98 % de las empresas españolas son pymes y micropymes, lo que significa que representan la gran mayoría del tejido empresarial y alrededor del 75 % del empleo.
La mejora de una pequeña empresa puede lograrse de dos maneras: a nivel interno, mediante una adecuada gestión por parte del responsable y su equipo, y a nivel externo, con políticas y normas ajustadas a su realidad, ya que la mayoría son autónomos con recursos limitados y no pueden regirse por las mismas exigencias que las grandes corporaciones.
El gran problema es que se legisla de forma uniforme para todas las empresas, lo que perjudica especialmente a este colectivo, que además es el que más esfuerzo debe realizar.
Dificultades de las PYMES
La situación actual del comercio y de las micropymes es crítica: su principal obstáculo es el propio gobierno, que impone normas inviables que les impiden competir. No solo faltan medidas externas de apoyo, sino que las trabas terminan asfixiando a estas empresas. Así, cualquier mejora interna queda anulada por las exigencias desproporcionadas que deben cumplir desde fuera, restando eficacia a su gestión.
A ello se suman las enormes dificultades para encontrar personal, pues muchos prefieren acogerse a ayudas antes que trabajar. Actualmente se registran cifras récord de bajas laborales, muy superiores a la media europea, además de un fuerte incremento de los costes salariales y del salario mínimo (un 73 % más desde 2016), la reducción de horarios, la falta de incentivos para la innovación y la modernización, y la escasa llegada de los fondos europeos a este sector, pese a su necesidad imperiosa.
Estas empresas diminutas compiten contra grandes corporaciones que acaparan cada vez más cuota de mercado, dejando sin espacio a un colectivo incapaz de luchar contra ellas. Un ejemplo claro es el caso de gigantes como Repsol, cuyas ventas minoristas superan en número de puntos a cualquier retailer español, restando negocio al comercio local.
En los últimos cinco años han desaparecido 65.000 autónomos y, si se suman las pequeñas y medianas empresas que han cerrado, el drama económico es enorme. No pueden soportar tantos costes laborales, impuestos ni regulaciones contrarias.
Muchos autónomos ni siquiera pueden tomarse vacaciones, porque deben turnarse con sus empleados para no cerrar el negocio y temen no poder afrontar a fin de mes los gastos e impuestos. Tampoco cuentan con medios para formarse ni actualizarse, y nadie facilita la formación continua que resulta indispensable.
Muchas empresas están atrapadas entre subir precios (con el consiguiente riesgo de inflación) o arruinarse, ya que las normas impuestas destruyen los pocos márgenes de beneficio y disparan los costes por cuestiones como la reducción de la jornada, las bajas laborales o el aumento de las pensiones, que cada vez pesan más sobre un sistema con menos recursos.
Por muy eficientes que sean en su gestión interna y por mucho que se esfuercen en dar un buen servicio, este colectivo más frágil no puede sobrevivir bajo tanta regulación, presión fiscal y ausencia de ayudas específicas. Es una grave anomalía que crezca el número de funcionarios mientras desaparecen autónomos, algo que no ocurre en ningún otro país europeo.
El tamaño medio de las empresas españolas es menor que el europeo, y esto tampoco se tiene en cuenta al aplicar las mismas normas —o incluso más estrictas— que a las grandes. Mientras que en España una empresa media tiene 4,8 empleados, en Europa la cifra es de 5,9, lo que repercute en menores ventas y productividad.
Este problema afecta a toda la sociedad: si nuestras empresas tuvieran un tamaño similar al europeo, los salarios serían más altos, habría mayor innovación y capacidad exportadora, se generarían más empleos reduciendo la tasa de paro —uno de los grandes lastres de España— y se aliviaría la deuda pública, hoy en niveles insostenibles.
España, además, posee uno de los sistemas fiscales más complejos y desfavorables para la actividad de los pequeños negocios, lo que marca un rumbo equivocado.
Esperemos que los políticos reconozcan estos errores y rectifiquen, de lo contrario, el clima será hostil a cualquier nueva iniciativa empresarial.
- No debemos avanzar con palabras mientras retrocedemos con los hechos.
- Por muy buena que sea la cuna, nada supera una nueva crianza. Son mucho más eficaces las acciones que las palabras.
- No importa lo que eres, sino lo que transmites; ahí está tu magia.