Mucha gente odia ir de compras. Más bien odia el hecho de aburrirse comprando. Pero incluso esas personas, en ciertos momentos, disfrutan, si lo que van a comprar tiene que ver con una afición o con adquirir algo especial. Pero, ¿cómo convertir un producto normal, anodino incluso, en otro que nos provoque emociones de felicidad? Esto es lo que ha conseguido una tienda absolutamente increíble.
Confieso que desconocía su existencia. A pesar de que hay varios puntos de venta repartidos por diferentes ciudades portuguesas. Me refiero a ‘El fantástico mundo de la sardina portuguesa’ (Mundo fantastico da sardinha portuguesa), propiedad de la empresa conservera Comur.
Me topé con ella en Lisboa, por casualidad. Estaba paseando y disfrutando de la capital lusa, cuando, de repente, sentí un fogonazo de color que me atravesó con fuerza. Me paré en seco frente a uno de sus escaparates, en el que se podía ver una pequeña noria que daba vueltas. No sabía qué estaba viendo ni qué vendía la tienda. Me daba absolutamente igual. Solo sabía que tenía que entrar inmediatamente a conocer esa maravilla.
Y lo que me esperaba en su interior era extraordinario: un tiovivo, expositores divertidos y coloridos que recuerdan al mundo del circo, un techo del que colgaban pequeños globos aerostáticos con cestas repletas de latas de sardinas y paredes llenas, de arriba abajo, de las más bonitas latas que uno pueda imaginar. Nunca hubiera pensado que se podía vender de esa manera un producto tan “normal” como una conserva.
Estas tiendas no dejan a nadie indiferente. Te hacen regresar a tu infancia, a un mundo mágico donde todo es posible. Cuentan una historia en la que la tradición conservera portuguesa se sitúa en el centro. Pero van más allá al transformar la experiencia en un sinfín de emociones. Me quito el sombrero ante quien ideó semejantes locales. Hasta los que odian ir de tiendas querrán entrar en ellos. Y comprar.
Este ejemplo me sirve para reflexionar sobre el papel fundamental que representan las tiendas en nuestras vidas. Lo vacíos, tristes y sin vida que se quedan los barrios y pueblos cuando estas desaparecen. Pero los establecimientos no pueden quedarse en lo mismo de siempre. Han de evolucionar y sorprender a los clientes. No se trata de llegar al extremo de las tiendas portuguesas de conservas, sino de buscar aquellas pequeñas cosas que provoquen emociones. Es más una cuestión de imaginación que de inversión. Por eso resulta tan difícil.
Pero los resultados merecen la pena. Estoy segura de que cualquier ferretería puede generar pequeños detalles que marcan la diferencia. Porque la ferretería tiene la suerte de vender miles de productos diferentes, con todas las posibilidades que eso significa. Si una tienda especializada en latas de sardinas ha podido conseguirlo, ¿por qué no una ferretería?
P.D.: Me encantaría recibir fotos de pequeños y bonitos detalles en las ferreterías. Si tu tienda los tiene, envíame las imágenes y las publicaremos (marta.jimenez@cdecomunicacion.es).
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