Las llamadas competencias o habilidades que cada profesional puede aportar en una empresa resultan fundamentales para la adaptación y el éxito de cada persona a su puesto en el equipo y al cumplimiento de sus responsabilidades con un alto grado de calidad.
Pero paradójicamente los títulos académicos no garantizan ni tienen relación directa con determinadas habilidades de las personas, aunque evidentemente ayudan. Todos conocemos gente muy hábil en determinadas tareas que parecen realizar sin esfuerzo o con muy poco y a otros a los que las mismas tareas les cuesta mucho más y, sin embargo, tienen mayor recorrido educativo.
Recientemente, en un evento de bastante relevancia en Madrid, expertos en la materia comentaron que el vacío que existe entre el mundo educativo y el mundo laboral es demasiado grande. La gente que se incorpora a una empresa recibe un choque tremendo entre la realidad de la exigencia que se requiere para sobrevivir en una pyme y lo que se vive en la época de estudiante. Y si esto no se consigue acercar, hará que sea muy complicado contar con equipos capaces de mantenerse en pie.
Lo bueno de trabajar en equipo es que, si realmente se hace bien, unos disponen de unas habilidades y otros de otras, prevaleciendo los puntos fuertes de cada uno. De esta forma, se ofrece una calidad que garantice la confianza de los clientes. Pero ya sabemos que, por desgracia, esta es una de las carencias más importantes con las que nos encontramos cuando la gente joven llega por primera vez a nuestras pymes: el famoso trabajo en equipo en una cultura individualista por naturaleza. Se confunde ser colegas con el auténtico equipo.
Las pequeñas empresas no podemos permitirnos empezar de nuevo a formar a la gente casi desde cero en algunas competencias que deberían venir de serie ya incorporadas desde la base y, menos, tras mucho tiempo invertido en su educación.
Los mercados ya exigen bastante hoy día como para fallar en los servicios que les damos a nuestros clientes y todo porque la gente no dispone de conciencia de la importancia de determinadas habilidades imprescindibles para el mundo laboral.
La hipercompetencia que existe en el mercado, la velocidad de los cambios, las exigencias de los clientes -más drásticas ahora que nunca- y la personalización de los productos y los servicios que les debemos ofrecer para diferenciarnos ponen el listón tan alto que no deja margen de maniobra para experimentos dentro de las empresas o para tardar demasiado en formar a la gente nueva.
Por eso, hay que adaptar el mundo educativo al laboral al máximo grado posible para tener, al menos, una buena base sobre la que construir un gran profesional desde un nuevo fichaje en nuestras plantillas.
Trabajar habilidades como la constancia, la paciencia, la excelencia, saber controlar nuestras pequeñas frustraciones, la actitud adecuada, la humildad y aprender continuamente son aspectos muy necesarios para trabajar en cualquier empresa con la mínima garantía de mantener un trabajo estable.
Y se debería inculcar desde muy temprana edad en los colegios la importancia de los valores y la gestión emocional para no convertir los empleos en un drama permanente.
Es una pena que gente que ha adquirido importantes conocimientos en el mundo educativo, eso sí, muy especializados, luego falle en lo que debería ser más fácil, porque el sistema no le ha acercado a la realidad que después se va a encontrar.
Tampoco ayuda nada darles demasiado a los jóvenes sin que pongan su parte de esfuerzo y responsabilidad, pues nada que no cueste se valora. Somos así.
Y enseñar que no todo se puede conseguir de inmediato en la vida real, que no es lo mismo el mundo digital, que te puede ayudar con extrema rapidez en determinadas ocasiones, que cambiar hábitos o costumbres para adaptarnos a un equipo de personas y a un mínimo de calidad en nuestro empleo.
