Aunque la marca francesa remitía a una máxima latina, un latinajo para los viejenials, a mí siempre me pareció que, para los que hablamos español, no existía término que fuera más eficaz a la hora de vender una vajilla: nos hablaba de su dureza y de su perdurabilidad. Era el complemento ideal para las familias que prosperaron con el desarrollismo de los 60; era la vajilla de mi madre y la de la gran mayoría de los hogares durante los años 70 y 80. Se declaró en quiebra el pasado septiembre. No ha sido capaz de sobrevivir a esta sociedad de usar y tirar, de la renovación permanente que trajo la moda, de la obsolescencia programada, la que inunda de plástico nuestros mares y piensa dejar sus detritus en las zonas más ignotas del planeta. Síntoma y ejemplo de los tiempos que corren.
Los sapiens llevamos varios cientos de miles de años haciendo correrías por el globo terráqueo, depredando y esquilmando zonas hasta que colapsaban desde el punto de vista medioambiental; entonces debían buscar nuevas zonas de asentamiento y vuelta a empezar. Fuimos nómadas cazadores, después agricultores y ganaderos sedentarios pero, no eramos muchos, y el planeta podía asumir el pillaje sinfín. Cuando yo nací en el 1966 sobrepasábamos los 3.000 millones; 50 años después casi llegamos a los 8.000. Mi suegra dice que el COVID lo ha mandado Dios; yo creo que la madre naturaleza se rebela y quiere sacudirse a sus huéspedes más odiosos y codiciosos: los humanos. Dos maneras de entender el mundo.
La búsqueda del crecimiento infinito es el pasaporte al suicidio colectivo
En las escuelas de negocio desde hace años repiten ese mantra absurdo de que o creces exponencialmente o desapareces. Cualquier empresario de cualquier sector lo práctica con el afán de enriquecerse a toda velocidad pese a quien pese. Esa búsqueda del crecimiento infinito a ritmo vertiginoso es un pasaporte al suicidio colectivo. La globalización y el capitalismo extremo son un binomio perfecto para acabar con la vida en el planeta: primero fueron buena parte de la flora y la fauna. Ahora nos toca a nosotros.
Trump ha repetido sin cesar que si le votaban no escucharía a los científicos y no haría caso a los médicos. Casi sale reelegido. Cada vez hay más negacionistas -de la pandemia o del cambio climático- y terraplanistas…
He leído un ensayo recientemente –“Desde las ruinas del futuro”. Manuel Arias Maldonado- que apuesta por frenar el ritmo de crecimiento para aliviar los problemas del planeta y de nuestra especie. Van a oír en los próximos años hablar mucho más del decrecentismo.
En una reciente caminata campestre con mascarilla una amiga física decía que estábamos pidiendo a gritos una pandemia. Pues eso.
Gracias por leerme y participar en esta terapia. Con Venancio y José Julián Alberca de Cofán he comido en el restaurante Las Musas en Campo de Criptana. Muy recomendable.
Hola Jordi; gracias por leerme y participar. El libro, como buen ensayo, tiene partes jodidas de digerir; aún así merece la pena.
Me parece muy acertada tu exposición Javier. Debemos cambiar hábitos de consumo, entre otras cosas, si queremos seguir habitando este planeta como lo hemos hecho hasta ahora. Leeré este ensayo que comentas.
Gracias Miguel Ángel por sumar.
Creo que las reflexiones de Javier son acertadas. Hasta los expertos más escépticos hablan ya de la necesidad de un profundo cambio en el modo de consumir y relacionarse si queremos que el planeta sea más habitable en el futuro. Saludos!!
Gracias Horacio por participar y aconsejarme para mi desintoxicación. Feliz Navidad.
Los disolventes no se aspiran, que luego pasa lo que pasa.
Gracias Juan C por participar en la terapia. No sé si estamos hablando de lo mismo pero gracias.
Lo “bueno” tiene un precio!!
Quién “alecciona” a la gente para que importe más el precio que la calidad?
Ferretero de la vieja escuela! Vendo lo que vendo! (Cada vez menos!) No me dan problemas los artículos, pero si algo barato sale, tengo que dar todas las garantías! Otro tipo de comercio no tiene ese problema! Unos por no perder clientes, otros es lo que hay!
Y repiten!!!