Cuando informar molesta más que callar

Hay algo incómodo, incluso doloroso, en que se cuestione el trabajo bien hecho. Sobre todo cuando ese trabajo es el de informar. Cuando detrás de una noticia hay llamadas, conversaciones, confirmaciones y silencios. Cuando antes de cada titular hay dudas, cuidado y respeto. Y, aún así, cuesta tanto que se entienda. ¿Por qué molesta tanto que hagamos nuestro trabajo?

Porque no siempre informamos lo que alguien quiere leer. Ni cuando quieren. Ni cómo. Pero hacerlo no es una declaración de guerra: es una obligación profesional. La del periodista que no escribe para contentar, sino para contar.

A veces da la sensación de que se espera que miremos hacia otro lado. Que callemos lo que ya es sabido o que esperemos a que todo esté perfectamente envuelto para que nadie se incomode. Pero el silencio no es sinónimo de rigor. Y la incomodidad no invalida la verdad.

Nosotros no somos parte. No jugamos a favor ni en contra de nadie. Nuestro papel no es proteger intereses privados, sino ayudar a construir un relato común, compartido y, sobre todo, contrastado. Y eso implica, en ocasiones, anticiparse a los comunicados, a las versiones oficiales o a las notas de prensa cocinadas a medida.

Cuando llamamos, no lo hacemos por cortesía, sino por compromiso. Cuando publicamos, no lo hacemos por presión, sino por responsabilidad. Y cuando algo se confirma —por quien debe confirmarlo—, lo contamos, aunque después alguien quiera desdecirse.

Es fácil hablar de periodismo cuando las noticias son cómodas. Pero el periodismo es, sobre todo, necesario cuando no lo son. Porque sin esa mirada incómoda, sin esa voz que pregunta incluso cuando no se quiere responder, no hay relato, solo propaganda.

Por eso, seguiremos haciendo nuestro trabajo con el mismo respeto de siempre. Porque preguntar no es atacar. Y contar no es molestar. Es ejercer un derecho. Y cumplir con un deber.

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