Ya, lo sé. Los homenajes se rinden a personas, instituciones, etc. Pero, ¿por qué no hacerlo con un producto? Sobre todo con las mascarillas, habida cuenta de que han sido importantes en nuestras vidas por dos razones principales: la primera, porque nos han protegido del COVID-19; la segunda, y ya en términos económicos, porque generaron ventas.
A mí me costó acostumbrarme a llevar la mascarilla. Me producía una especia de asfixia que era más mental que física. Ponerme la mascarilla, el único día que salí a la calle (por necesidad) durante el confinamiento, me produjo una extraña sensación de agobio, de miedo, de ansiedad… ¿No os ocurre que al pensar en esos meses parece que todo ha sido un mal sueño?
Traigo este asunto a colación ahora a propósito del anuncio efectuado por Carolina Darias, titular de la cartera de Sanidad, de que el próximo 7 de febrero el Gobierno aprobará el fin de la obligatoriedad de usar mascarillas en el transporte público. Ya solo habrá que llevarlas en centros sanitarios, residencias, farmacias y centros similares.
El fin de las mascarillas se acerca, también informativamente hablando. En C de Comunicación pasamos muchas horas escribiendo sobre este asunto: que si certificaciones, que si bajada del IVA, que si las ventas…
Ahora, ya casi han desaparecido del paisaje urbano y/o rural. Ya solo forman parte de ese mal sueño. Pero, al recordarlas, y cuando nos las tengamos que volver a poner para ir a la farmacia, por ejemplo, acordémonos de la función tan indispensable que desempeñaron en nuestro día a día… y de todas esas lecciones aprendidas que nos dejó la pandemia. ¿Las estamos aplicando? (Esto ya formaría parte de otro artículo de opinión).
¡Os leo en el apartado de comentarios!
M.Ángeles Moya