La distribución de ferretería se halla sumida en una vorágine que parece no tener fin y que, sin embargo, no debe sorprender a nadie que conozca someramente la historia de la ferretería española de los últimos veinte o veinticinco años. En efecto, los movimientos que se están dando en pro de la concentración de los principales operadores estaban diseñados hace dos décadas por profesionales que entonces supieron ver la conveniencia de promover organizaciones fuertes con suficiente masa crítica y de ámbito nacional, capaces de hacer frente a lo que entonces era incipiente entrada de operadores multinacionales europeos especializados en bricolaje o en el área de los suministros a la industria.
No solo no se avanzó en el camino abierto por unos cuantos visionarios, sino que se entró, en el caso de las cooperativas, por ejemplo, en una dinámica contraria de fragmentación y atomización que ha supuesto un general debilitamiento de las organizaciones tradicionales que, solo cuando se han visto con el agua al cuello, han tomado conciencia de su situación y han emprendido una presurosa carrera por encontrar el aliado ideal o el paraguas bajo el que cobijarse.
En suma, todos los movimientos ya conocidos y otros que no tardarán en serlo tratan de recuperar el tiempo perdido tras años de indolencia y cortedad de miras y, por qué no decirlo, tras años de mala baba y peor gestión. Solo la larga y aguda crisis económica y la iniciativa de unos pocos, conscientes de que el tiempo se acaba y que las oportunidades de retomar el rumbo del canal tradicional se agotan, han hecho posible que se den los primeros pasos de un camino que va a ser -que está siendo ya- más largo de lo que se cree y tan proceloso como se adivina.
El margen de maniobra es tan estrecho y los retos tan urgentes que seguramente facilitarán la radical e imprescindible concentración de las entidades cooperativas y las centrales y grupos de compra. La amenaza, sin embargo, se esconde en los clásicos personalismos, en la falta de generosidad de los más fuertes, en la incomprensión de los débiles, en el absurdo egoísmo de los que no tienen inconveniente en quedarse tuertos siempre que la competencia pierda los dos ojos.
Está en todos los libros de management: lo verdaderamente importante no son los números, las valoraciones patrimoniales o el reparto de cargos; de dónde venimos o de quién somos herederos; la clave de todos los procesos en marcha y de los que vendrán es la voluntad de llevarlos a cabo, la visión del proyecto que se va a poner en marcha y cuáles son las metas y objetivos propuestos. No se trata de ver qué voy a sacar yo con esto, sino qué vamos a conseguir entre todos. Y pensar qué pasaría si no se hiciese nada.